Hacen tiempo. Aún. Pero pierden espacio. La estrategia de las grandes editoriales españolas, esperar a que la ‘Ley Sinde’ estuviera sobre la mesa desde este año con un modelo de persecución exprés de las descargas online, les comienza a pasar factura no sólo a los lectores: con más de 200.000 lectores ya en el mercado han impulsado el boom tecnológico del e-book, pero aún sólo se registran 13.000 títulos anuales en e-book (la mayoría no literarios) frente a 100.000 títulos en total y la venta electrónica del libro en papel es del 4% frente al 13% de UK o 10% de Francia. Primero iba a ser la navidad de 2009, luego la temporada de 2010; ahora, posponen de nuevo su despegue nacional hasta la próxima temporada, cuando puedan volver a pelear el IVA del 18% al ebook (frente al 4% del papel), cuando los e-readers bajen de 100 euros, argumentan para opacar la falta de oferta de contenidos comerciales atractivos en competencia. Un menú de condiciones que pueden dejar a la industria también desde 2011 al margen de la segunda batalla del libro electrónico, la del modelo de negocio abierto y multipantalla. Libranda y la decena de grandes editoriales que la sustentan se han convertido en el paradigma de esa cerrazón hispana: se asoman a las aguas del negocio online aún de lejos, con poca apuesta por los nuevos formatos y posibilidades y con los ‘flotadores’ de precios elevados -sólo un 20% de descuento al papel- oferta limitada -3.000 libros, un tercio de los prometidos- y las líneas rojas para intentar aferrarse al mismo ‘ecosistema’ de la edición en papel (del autor al lector, pasando por el editor y el librero). No será por falta de lectores. En España, un 70% de los ciudadanos consumen contenidos digitales y es el mercado en el que mejor disposición a pagar por contenidos editoriales. Pero los españoles utilizan los soportes digitales sobre todo para leer periódicos o revistas (36,8%), para libros sólo el 5%. Lo hacen, además, mayoritariamente, desde ordenadores (un 46%), sólo un 1% en e-book.
Insisten en ponerle puertas al campo de los ‘ebook piratas’, al que la obsesión de los editores, las librerías, los distribuidores y las asociaciones de derechos de autor le atribuyen descargas no autorizadas de libros del 35% y unos ingresos que triplican los suyos reales. Pero es la propia industria la primera en reconocer que 80 de cada 100 libros en castellano están en la red de forma gratuita y que cualquier novedad tarda menos de una semana en subirse a Internet. Se aferran a su trinchera de papel. El ebook reproduce en España el agujero negro de la industria musical y cinematográfica y se lo deja en bandeja a modelos freemium como 24symbols, tanto como a Amazon, Google o las operadoras de telefonía.
El ‘boom’ del ebook español ha dejado pasar ya de largo dos Navidades (tres con la que está aún en curs0) y dos agostos, las fechas en las que en mercados como el estadounidense y el británico han despegado, temporada a temporada, tanto en e-readers como en contenidos online. Y no romperá la ‘excepción ibérica por ahora en un mercado lastrado por la falta de regulación específica y de IVA superreducido, en el que según fuentes del sector ya habrá en 2011 entre 200.000 y 300.000 aparatos lectores, pero apenas un puñado de ofertas de contenidos a cuentagotas en español. El 80% seguirán en manos de webs especializadas (todoebook, luarna, leer-e,leqtor o grammata) a pesar de que son las grandes editoriales las que blindan los derechos de los escritores más leídos en papel. Ni la inseguridad jurídica -sin ley de propiedad intelectual adaptada aún- ni las obligaciones de certificados digitales e identificación de tarjetas SIM y la indefinición de un mercado aún por modelar han invitado hasta ahora a espantar los fantasmas de las editoriales, los libreros, los agentes o los autores, a invertir en la digitalización de libros, o a firmar acuerdos de cesión de derechos poco más allá de una tendencia casi experimental. Tampoco ha ayudado el empeño en aferrarse a un modelo de negocio caduco en el que los grandes editores, que viven todavía del libro de papel, no quieren superar la cadena tradicional de venta del libro ni modificar el horizonte del sector librero. A diferencia de Reino Unido o EE UU, en España, del conjunto de los cerca de 30.000 títulos disponibles, aún la mayoría de la oferta son títulos 'antiguos' y literatura clásica, cuyos derechos de autor ya han caducado, lejos de la capacidad de elección de mercados como el estadounidense.
Como explicaba a Público Lorenzo Silva, que no ha logrado negociar su contrato con su editorial, Destino, para hacer una oferta en internet de sus libros. “Vender libros en la red a 15 euros es poco verosímil, porque ese precio obedece a la logística del papel. La industria tiene que dar un paso adelante para que el consumidor no se acostumbre a la gratuidad”. Hasta ahora, las principales editoriales españolas sólo miran desde el burladero de la criminalización, más preocupadas por ‘guardar la ropa’ de las asociaciones de derechos de autor, las librerías y las distribuidoras. Paradójicamente, las pequeñas editoriales de nueva factura están en mejores condiciones que las grandes a la hora de competir en la edición digital, no arrancan con la carga de una infraestructura pesada que mantener. Lo avala el informe del Observatorio de la Lectura y el Libro del Ministerio de Cultura, sobre el Libro Electrónico: en las editoriales pequeñas, la oferta de este tipo de obras puede llegar a representar el 10% de su catálogo en 2011. Y las librerías también mantienen una tímida oferta de máquinas que parece más encaminada a satisfacer la curiosidad de los clientes que a la venta.
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