Debe dar mucho gusto, y mucho pavor, estar sentado aquí, en esta editorial que se edificó sobre el genio de T. S. Eliot, uno de los grandes escritores del siglo XX. Eliot le dio su impronta a Faber & Faber, la gran editorial inglesa de literatura. Ha sido tan decisivo para aguantar su prestigio que incluso ha sido fundamental para sustanciar sus finanzas. Los derechos de Cats, los poemas que Eliot dedicó a los gatos y que fueron el armazón de un musical de éxito, han sido esenciales para que Faber no se desviara de lo que quisieron Eliot y sus compañeros de aventura: mantener allí, en el Bloomsbury mítico, una empresa que gane dinero apostando por un catálogo del que no tengan que avergonzarse los huesos de los fundadores.
El que se sienta en esta silla y trata de cumplir con aquel mandato es Stephen Page (inglés de 1965), un ejecutivo editorial (un publisher) que tuvo varias experiencias en el mundo comercial de la edición hasta desembocar en este santuario. De sus éxitos en la relación con los autores, que son la clave de Faber, hablan dos ejemplos recientes: Harold Pinter le pidió que le representara en la recepción del Premio Nobel que le correspondió, y P. D. James, la gran dama de negro de la literatura inglesa, resumió en una dedicatoria la devoción que a veces los editores y las editoriales desatan en sus autores: "A Stephen Page, editor, y a todos mis amigos, viejos y nuevos, de Faber & Faber".Eso es un bagaje, sobre todo en una editorial que se sustenta sobre esa relación autor-editor, que es la que ha permitido crear una backlist (un catálogo) que pesa como una conciencia.
Usted está al mando de una editorial fundada por gente que tenía un enorme respeto por el pasado de los libros y sobre todo por la poesía. ¿Cómo se enfrenta usted a esa historia y al mundo que viene?
Aquí uno siente y reconoce los 80 años de legado de Faber, el pragmatismo con el que esas personas han liderado esta empresa y la backlist que crearon. Pero la backlist no es lo único que hicieron. Y la poesía ha sido una apuesta, pero ahí intentamos perder lo menos posible. Faber ha sido siempre una editorial que abarca muchos géneros: desde libros infantiles hasta jardinería... Los archivos están repletos de libros comerciales de calidad; gracias a eso Faber pudo sobrevivir y ser independiente. Y por eso consiguió publicar a escritores y obras extraordinarios. La historia está presente, pero no podemos levantarnos cada mañana pensando que tenemos que publicar la nueva Tierra baldía de Eliot. Aunque siempre te puedes despertar con la esperanza de que una de las obras que publiques tenga repercusión en el futuro y pueda aportar a ese abrumador catálogo.
¿Cómo le ha ayudado a usted su experiencia personal a la hora de dirigir una editorial como esta?
Mi bagaje personal ha creado una extraña mezcla entre experiencia e intereses que parecen hechos a la medida para dirigir Faber. Nunca he sido un editor. Siempre he estado en el lado comercial dentro de pequeñas editoriales o grandes editoriales con mucha historia. Pero a lo largo de mi vida he sido un lector apasionado. Ahora en Faber tengo un grupo de editores extraordinarios y expertos en su labor. Mi trabajo consiste en supervisarlos, pero no soy uno de ellos... Esto es crucial, que el rol de publicar esté íntimamente ligado con el puro trabajo editorial. El venir de un pasado comercial me permite suponer que uno lo ha de saber todo acerca de la obra que se esté publicando. Pero no es verdad. Puedes saber muchas cosas, pero nunca predecir lo que va a ocurrir con esa obra una vez lanzada al mercado. El aspecto comercial en el mundo editorial está sobrevalorado. No sabemos los cambios que van a llegar, no podemos predecir, por tanto, si un libro va a ser un éxito o no. Lo que ocurrió ayer tal vez no sea importante mañana.
¿Hay un momento preciso en que usted sintió que esto es así?
A partir de 1995 el mercado comercial se volvió feroz. Y lo que hicimos fue más que nunca cuidar la obra, el envoltorio, el marketing; pero eso por sí solo no es suficiente. Uno también ha de estar atento a las dinámicas del mercado sin dejar que este te dicte lo que tienes que publicar o cómo.
¿Y cómo ha podido resistir Faber a ese mercado feroz?
En Faber tenemos la suerte de contar con accionistas extraordinarios que entienden que el trabajo a largo plazo es justamente eso. La mitad de los accionistas pertenecen a la familia Faber. Y la otra mitad pertenecen a la familia Eliot. No esperan que ocurran milagros de un día a otro. Ningún accionista me ha llamado para preguntarme cómo vamos a aumentar las ventas. Entienden el equilibrio entre la identidad de la empresa y lo que publica. Aquí sabemos que si contamos con copyrights [derechos] excelentes y si cuidamos lo que publicamos y somos ambiciosos en esto, a largo plazo todo eso cuenta mucho. Hay que creer fielmente en la calidad y apostar por ello... Creemos en la cantidad de lectores que quieren algo de calidad.
Internet irrumpe en la cultura del libro tal como era hasta ahora. ¿Cómo ve usted el futuro del libro y de las librerías? ¿Existe el peligro de que mueran?
Tanto el autor como el lector gozan de una salud muy buena. Y esa es la esencia de nuestro negocio. Y sí, hay muchos cambios en la manera en que lo hacemos. Pero soy optimista. Nuestro trabajo consiste en que lo que escriban los escritores sea de una calidad excelente y que eso llegue a los lectores. Ese es nuestro trabajo. Uno de los miedos era que los escritores iban a ir directamente al lector, sin pasar por la editorial. Pero no es así. No ha cambiado en lo esencial. La inversión en los escritores no se ha desvanecido. Las editoriales existen para ayudar al escritor. El segundo paso, que es el de editar, el de mejorar lo escrito, sigue siendo algo que se hace de manera muy consistente. Y se invierte mucho en ello. Al menos se debería. Las editoriales tienen que servir al escritor. No al revés. Sé que hay agentes y escritores que creen que las editoriales no ponen empeño en esto, y en algunos casos es verdad. Es peligroso porque sin duda la mejor inversión es la que se hace en el escritor. El tercer paso, que es el de llegar al lector... Ahora tenemos competidores nuevos, como Amazon. Algunos piensan que Amazon sabe quién es el lector y las editoriales no lo saben. Que conocemos las librerías, pero no los lectores. Y las editoriales se están empezando a transformar, orientándose más en el lector y dependiendo menos de los lugares donde se venden los libros. Las editoriales tienen un monopolio en el sentido de que controlan cómo llegan los libros a las librerías, supermercados o tiendas. Pero no tienen el monopolio y no controlan cómo hacer llegar tu libro digital al lector. En el Reino Unido se prevé que las ventas online signifiquen un 5% de nuestros ingresos de aquí a un año o dos. Otro 10% lo vendemos a través de Amazon y empresas parecidas. Eso representa un 15% de ingresos que no están viviendo a través de las librerías. Para mí esa es la amenaza más grande: cómo reestructurar el sistema para que las librerías puedan seguir existiendo. Pero ya dije antes que creo firmemente en que los lectores sigan comprando libros impresos, y aunque cada vez haya más demanda para libros digitales, no seguirá el mismo curso que ha seguido la música, por ejemplo.
¿Por qué?
El CD es un CD... El libro, no. El libro sigue siendo un objeto. El 30% de los libros se compran como regalos. La edad de los compradores de música es joven; los compradores de libros son mayores. La mayoría de los libros los compran hombres mayores de 50 años, seguidos por mujeres mayores de 50 años. Dicho todo esto, creo que lo importante es que la gente lea. No me importa si es un ebook. Lo que haremos es producir libros más sugerentes, más atractivos. Libros.
¿Y le preocupan las descargas gratuitas?
Por supuesto. Si hablas con cualquier persona que trabaja en el mundo discográfico, esa es su principal preocupación, el pirateo, como lo llaman ellos. A diferencia de lo que pasa en el sector musical, donde lo que importa es el empresario, a nosotros lo que nos importa es el escritor. Las licencias de copyright tienen que asegurar que se proteja al escritor y su obra. Esa licencia tiene que trabajar para que no se abuse del escritor, porque si el sistema de licencia no le protege, todo se derrumba. El problema en el mundo digital es que existe una delgada línea entre el uso y el abuso de la obra. Uno de los grandes placeres que existen es prestar libros a los amigos. Si yo le presto a un amigo el libro Matar a un ruiseñor, no me siento mal porque este no le pague un royalty al escritor por leerlo sin haberlo comprado. Pero tenemos que pensar en una nueva manera de operar con el mundo digital. Tenemos que concienciar a la gente de que la única fuente de ingresos de un escritor es el copyright.
Creí que había venido a hablar con un comercial de la edición y encuentro que usted resguarda cierto romanticismo editorial: el valor del autor, el valor de la librería, el valor del libro bien hecho...
[Risas] ¡Soy un comercial romántico! Si se hace un repaso histórico del trabajo del editor, siempre existe un lado romántico e intuitivo. Me gustaría pensar que nuestro trabajo tiene que seguir aproximándose al escritor, hemos de seguir creando fuertes lazos con el escritor, el librero y el lector. Al mismo tiempo, hemos de aprender el nuevo sistema económico y compartir de manera equitativa. Me gustaría estrechar más que nunca los lazos con el escritor. En Faber trabajan personas que tienen desde 20 hasta 65 años. Y en los últimos años hemos incorporado a personas más jóvenes. Esto resulta muy interesante y es importante escucharlos. Es necesario saber lo que piensan y cómo operan.
¿Y qué ha aprendido a nivel personal de este oficio en el que es el editor de los editores?
No es cuestión de que te guste todo lo que un editor te propone, pero si un editor defiende una obra a capa y espada, tienes que hacerle caso. Es un trabajo que requiere equilibrio. Por un lado tienes que proteger las relaciones a largo plazo con un escritor y abrir nuevas ventanas y posibilidades a nuevos escritores. También es necesaria la evaluación. Los editores no son necesariamente las personas más indicadas para saber cuánto habría que pagar por el copyright. Y ahí entra el departamento comercial, que tiene un rol muy significativo. No están ahí para juzgar la obra o para decir que no quieren comprarla. Su trabajo consiste en decir: de acuerdo, queremos esta obra, ¿cuánto valdrá en el mercado? Es una cuestión de encontrar un equilibrio entre el lado comercial y el lado editorial. Viniendo del mundo comercial, se me da bien hablar con ellos.
Eliot dijo: "El crítico no debería tener emoción al menos que esté ante una obra de arte". Esto se podría aplicar al editor, ¿no?
Sí, por supuesto. Tienes que mantener una cierta claridad mental, pero sin duda lo más importante es estar infectado por la pasión. En ningún otro departamento de una editorial se vive tan de cerca la creación de la obra. Ser un editor implica estar lo más cerca posible del escritor. Y esto es apasionante. Necesitas saber qué es lo que necesitan, cómo se sienten. Por supuesto, hay otros temas importantes de los que hablar con el escritor, como los temas comerciales, legales, etcétera, pero este no es el trabajo de un editor.
Gallimard decía que editor es aquel que osa elegir y sabe esperar. Esta es la regla de oro, decía.
Y tiene razón. Y añadiría la palabra apostar. Hay que apostar. Porque este es un universo caótico. Al escritor no se le pueden exigir formas de escribir concretas o fechas de entrega absurdas. El escritor funciona de otra manera. Tenemos que trabajar con lo que recibimos. A veces recibes más de lo que necesitas. A veces menos. Así que tienes que mantener la calma. Porque hay muchos más fracasos que éxitos. Hay que aprender de los fracasos... Esta industria atrae a personas generalmente muy críticas y narcisistas. Así que hay que mantener la calma. No sabemos lo que vamos a recibir ni cuándo. Y cuando lo recibamos, hay que ver adónde nos lleva. No hay nada seguro.
Lo que dice Gallimard: si hablas con certeza de un libro, no eres un editor.
Y ese es el goce de este trabajo. Decir lo que va a ocurrir con un libro es imposible porque hay factores que no puedes tener en cuenta, como la aceptación del lector. Trabajé en un libro titulado Longitud. "Trata sobre la longitud, escrito por un relojero inglés", me dijo el editor. Y dije que imprimieran 10.000 ejemplares. Se vendieron más de un millón. Acerté en un 1%. Era suficiente. Lo compramos, lo editamos y nos fue muy bien. Pero no sabíamos el éxito que íbamos a tener. Diría que en este oficio hay que seguir publicando, seguir apostando y seguir esperando.
Rulfo dijo que escribió Pedro Páramo porque quiso leer ese libro. ¿Hace usted encargos de libros que le gustaría leer?
Creo que sí... Lo que sí le puedo decir es que cuando leo por placer no puedo desconectar al editor que tengo en mí. Leo y pienso: ¿es esto lo que quieren leer los lectores?
Editar es como respirar, pues. ¿Cómo respira usted?
A veces sin aliento.
* Artículo de El País
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