¿El oficio de editor ha cambiado mucho estos últimos años?
Ha
cambiado en el sentido que antes apuntaba. A los habituales cometidos
de selección, edición, etcétera, de un tiempo a esta parte se le han
añadido nuevas asignaturas. Hoy en día un editor no se limita a
seleccionar un texto y prepararlo para la imprenta. Con la eclosión del
mundo digital y las redes sociales, la distancia entre el creador y el
lector casi ha desaparecido. Lo que queda entre uno y otro, los
intermediarios, somos los que estamos en peligro si no cambiamos
radicalmente de actitud. El editor es un prescriptor y tiene que saber
que su futuro pasa por el diálogo directo con el consumidor final. La
imagen clásica del editor como un intelectual ajeno al mundo y encerrado
en su oficina rodeado de libros está muerta. Hoy en día un editor tiene
que dar la cara y defender sus elecciones. Porque en un futuro muy
cercano el editor va a ocupar el lugar que hasta ahora ocupaban las
marcas de referencia.
¿No te animas a escribir un libro? Estoy seguro de que te lo publicarían.
¡Yo, me lo publicaría yo! (ríe). No,
no tengo el más mínimo interés. A mí, además, lo que me gusta es leer.
Al traerlos al mundo, los editores escribimos un poco todos los libros
que publicamos; es el mejor oficio del mundo.
Eso es mucho decir. ¿Del mundo entero?
Para
mí, desde luego. Y para más gente, por lo que parece. Es como si el
trabajo de editor hubiera recuperado últimamente parte del glamour,
del romanticismo que había perdido. No sabría decirte por qué, pero así
es. Supongo que tendrá que ver con que es un oficio mucho más fácil que
el de escritor. Antes la gente quería escribir, ahora parece que la
vocación de editor gana enteros tras el progresivo bajón de la de disc jockey. Los cursos de postgrado y los masters
de edición abundan, al tiempo que florecen incontables sellos
independientes, como Libros del Asteroide, Blackie Books, Periférica o
Alpha Decay, por citar solo algunos de los más amigos.
Puede
ser. Me da la impresión de que también hay una reacción contra el
asunto digital, contra esa euforia tecnológica en la que ya llevamos
instalados retóricamente bastante tiempo, y de que mucha gente quiere
volver a un modelo artesanal, más pequeño y más cuidado.
Yo
lo que creo es que es precisamente gracias a la revolución digital que
hoy pueden nacer sellos editoriales casi unipersonales. Solo hace falta
un ordenador y una buena agenda de contactos para poder montar una
editorial, que además puede ser portátil o estar radicada lejos de los
centros de decisión. Ahí radica el cambio de paradigma. Tenemos el
ejemplo de Jacobo Martínez de Irujo, sin ir más lejos,
quien tras vender Siruela en el 2005 se instaló a vivir en el Ampurdán y
desde allí fundó Atalanta con su mujer, Inka Martí.
¿Cómo? Con un ordenador, una conexión a internet y una agenda de
contactos. El cambio de paradigma no se ha producido solo en el mundo
editorial. Piensa por ejemplo en el cine: David Trueba
ha rodado su última película en el extrarradio de la industria: dos
actores, un espacio cerrado, una cámara y el mínimo equipo. O en la
música: músicos que se graban en su casa, se filman con el iPhone,
cuelgan la peliculita en Youtube y de ahí al estrellato. Son casos
concretos, puntuales, pero hablan de una posibilidad que antes no
existía.
Te voy a plantear un problema clásico del oficio editorial. La
catedral del mar, La conjura de los necios, Harry Potter y la piedra
filosofal, El Ocho, Ulises, Cien años de soledad, El tercer policía, El
código Da Vinci, Lolita y Los nombres del aire. ¿Cuál es el común denominador de todos estos libros?
(Piensa) No lo sé, porque me descoloca un poco que incluyas La catedral del mar.
Son superventas que fueron rechazados antes por muchos e insignes editores.
Ah, pero es que ese no es el caso de La catedral del mar.
No sé lo que habrás oído, porque mira que se han dicho estupideces
sobre la génesis de ese libro, entre ellas que lo escribió un equipo de
negros. Te puedo asegurar que eso no es cierto. De hecho, La catedral constituye un ejemplo modélico de colaboración y trabajo entre el autor y su editora.
¿Y los demás? Porque la de que fueron rechazados es quizá una leyenda que se cuenta de todos los bestsellers y luego resulta que no ocurre. Los periodistas ya sabes cómo somos.
No, pero sí ocurre. El Ulises fue rechazado por Leonard y Virginia Woolf, nada menos. Y estoy seguro de que varios de los ejemplos que citas también. Te puedo asegurar que Harry Potter
pasó por la mesa de todos los editores de España, la nuestra incluida, y
se nos pasó. Y no es que quiera hablar solo de Salamandra, pero el
siguiente gran ejemplo también es de ellos: El abuelo que saltó por la ventana y se largó, de Jonas Jonasson. También pasó por la mesa de muchos de los editores de España.
Así que ocurre hasta en las mejores familias.
Claro.
Recibes tal cantidad de manuscritos que es imposible que no se te
escapen. Y te llegan otros, como el de Jonasson, escritos en idiomas que
ni tú ni nadie de tu equipo conoce. Pero no me justifico. Es algo que
sucede y que va a seguir sucediendo. Se nos pasarán manuscritos,
rechazaremos libros o apostaremos por el título equivocado. Pero eso no
es lo que más me preocupa. Me inquietaría mucho más que no contaran con
nosotros a la hora de pasar oferta por un libro. El ninguneo. Durante la
feria Frankfurt, por ejemplo, se habló mucho de un libro, que subió y
subió de precio hasta un punto en el que decidimos retirarnos. Pero lo
hemos decidido, que es lo importante. Quizá hayamos acertado, quizá nos
hayamos equivocado y el libro luego se venda como churros. Pero lo grave
hubiera sido que ni siquiera nos hubiéramos enterado de su existencia.
Un
editor francés, Olivier Cohen, dijo aquello tan famoso de que “un
editor no debe ser juzgado por los buenos libros que no editó, sino por
los malos que publicó”. Me imagino que es algo más fácil de decir cuando
editas menos libros, pero estando en Random…
No
creas. En el fondo nosotros no editamos tantos libros. En Random dirijo
la llamada división literaria, formada por los sellos Debate, Lumen,
Mondadori y Caballo de Troya. Debate y Lumen, por ejemplo, publican
treinta y cinco títulos al año cada uno. Caballo apenas diez. Mondadori
un poco más porque tiene Reservoir Books, pero también ha reducido el
volumen. El mercado no puede absorber tantos títulos, y en los dos
últimos años los hemos reducido entre un quince y un veinte por ciento.
Mi objetivo es mantener la facturación poniendo menos libros en el
mercado. Cosa, como te podrás imaginar, harto complicada.
¿Dónde se nota más la caída del mercado?
En
todas partes, pero de forma más acusada en la edición de bolsillo. Que
en principio parece la oferta más preparada para resistir la crisis,
¿verdad? Pues no. La recesión afecta más precisamente a los compradores
habituales de bolsillo. Y es un problema más grave de lo que parece,
porque el bolsillo constituye el fondo de las editoriales. Por eso
tenemos puestas las esperanzas en la digitalización. Con el tiempo, este
mismo fondo ya no será de bolsillo, sino digital.
En
todo caso, el negocio no va mal del todo. Si consulto la lista de los
diez libros más vendidos día de hoy me encuentro con que cinco son de
sellos de Random House Mondadori.
No, a Radom en concreto no le va mal. Piensa que ahora tenemos a Ken Follet con El invierno del mundo y a Javier Cercas con Las leyes de la frontera,
que son dos pesos pesados. Pero sobre todo piensa que mis colegas de la
división comercial publicaron antes de verano los tres tomos de Cincuenta sombras de Grey, de E. L. James,
un fenómeno editorial de enorme impacto y a nivel internacional. Si
nosotros vendemos dos millones de ejemplares, por ejemplo, en Reino
Unido ya han vendido veinticuatro millones en el mismo tiempo. ¡Eso es
uno de cada tres británicos! Es algo descomunal. Una de esas cosas que
pasan una vez en la vida, sin saber muy bien cómo. Mis números, los
números de mi división no se pueden ni comparar con los números de los
sellos Plaza y Grijalbo. Pero la convivencia de sellos es muy buena, ya
que gracias al éxito de algunos de sus títulos, nosotros podemos
invertir en el descubrimiento de nuevos talentos.
Nos vamos a poner un rato en la piel del autor. He
oído a Beatriz de Moura reivindicar una cosa llamada “el montón”, que
son “los libros que llegan a una editorial sin recomendación alguna”,
para decir que del suyo, de su montón en Tusquets, salió Luis Landero,
por ejemplo, con Juegos de la edad tardía. ¿Se sigue echando mano a ciegas de este montón?
A
ciegas, no. Llegan muchos manuscritos; se miran y muchos se leen; pero
pocos, poquísimos, pasan los filtros pertinentes y finalmente se
publican. La época de la que habla Beatriz, la de Luis Landero, era
otra, pero tampoco se descubrieron muchos libros del montón. Sí, es
cierto. Juegos de la edad tardía, que leyó y recomendó Ignacio
Echevarría, era un manuscrito que había llegado de forma anónima a la
editorial. Por cierto, aún recuerdo que el manuscrito de Landero que
llegó a la editorial llevaba por título Faroni en su siglo.
Beatriz le sugirió el cambio. Hoy seguimos trabajando con autores que no
tienen agente literario, pero cada vez son menos. Si quieres publicar
una novela, enviarla directamente a una editorial no es la mejor idea.
A
eso voy. Imagina a un autor joven, inédito, desconocido y con apellidos
vulgares, que ha escrito una novela y quiere publicarla. ¿Le
recomendarías que enviase su manuscrito a las editoriales…
(Niega con la cabeza)
…o que intentase antes conseguir un padrino que pudiera poner unas palabras por él?
Que
intente conseguir un padrino. Que intente recabar la opinión favorable
de dos o tres personas que le sirvan de carta de presentación.
O
que escriba una primera página fascinante. En la Escuela de Letras te
enseñan que las editoriales solo se leen la primera página de los
manuscritos.
(Ríe)
La primera no, pero tres sí. Yo creo y afirmo, sin miedo equivocarme,
que es muy fácil descartar un libro en tres páginas. La gran mayoría de
los que llegan a las editoriales se caen, se derrumban antes siquiera de
arrancar. Lo complicado es saber si un manuscrito es lo suficientemente
bueno como para publicarlo. Sucede también que el libro arranca bien,
lo que te obliga a seguir y seguir leyendo para darte cuenta a las
ciento veinte páginas de que no funciona. Pero eso es algo que también
está cambiando. Los escritores noveles cada vez disponen de más
herramientas para autopublicarse. Son los autores consagrados los que
tienen que mantener un nivel de calidad y de cumplimiento de expectativa
para poder seguir publicando en las condiciones en que lo venían
haciendo.
Lo he oído. Elvira
Lindo nos comentó cuando la entrevistamos que hay que tener coraje para
escribir, porque un día “vas a hacer un libro bueno, otro uno regular y
otro uno que esté medio bien”, y hay que saber aguantar que en algunas
ocasiones “te hagan mucho caso” y en otras, ninguno.
Claro.
Yo ahora tengo entre manos el manuscrito de un autor consagrado que no
voy a publicar, porque no me convence. Así de fácil. Es un autor tan
reconocido y un libro tan arriesgado que si se tratara de un autor de la
casa, de uno con quien trabajamos habitualmente, tal vez lo
publicaríamos. Pero empezar con él precisamente con este libro, pues no,
porque no aportaría nada nuevo a nuestro catálogo. Si se tratara de un
autor novel siempre podría recurrir a la autoedición, pero si eres un
autor consagrado tomar la decisión de dar ese paso te va a costar mucho
más porque necesariamente lo verás como un retroceso en tu carrera.
Tengo
un amigo, un escritor joven llamado Matías Candeira, que cuando le
preguntan por la dificultad de publicar siendo primerizo suele responder lo mismo: “Publicar no tiene que ser sencillo”. No sé si estás de acuerdo.
(Piensa)
Pues no sé qué decirte, la verdad. Si el libro es bueno, no tendría por
qué ser así. No debería ser así. A la hora de contratar un libro entran
en juego muchos factores. Se rechazan manuscritos con gran dolor,
libros buenos que no encajan con tu catálogo. Rechazas a autores
consagrados porque ya tienes el número suficiente con el mismo perfil, o
porque no podrías publicarlos hasta al cabo de mucho tiempo… El timing,
el equilibrio, los recursos, la oportunidad son factores que hay que
tener muy en cuenta a la hora de programar. Del mismo modo que no puedes
programar a Philip Roth y a Salman Rushdie el mismo mes, tampoco podrías publicar juntos a Rodrigo Fresán y Jordi Soler porque se estorbarían.
O sea, que la primera lección del editor sería que el libro no es un valor absoluto.
Exacto.
Hay que tener en cuenta la ocasión, la oportunidad, la relación que
mantenga con el resto de la oferta, etcétera. Y el sello, que es muy
importante. Lo peor que le puede pasar a un libro es aparecer en el
sello equivocado. Hay autores grandes que funcionan por sí solos, pero
los jóvenes dependen mucho del catálogo en el que se les publica y del
momento en el que salgan. Esa es quizá la parte más difícil, y más
deficiente, del trabajo de editor, aunque te digo algo: también es una
de las más fascinantes.
Hablando del valor añadido del libro; Rafael Díaz, cofundador de la editorial Valdemar, nos contó que
en el momento en el que se pusieron de moda los autores jóvenes
empezaron a llegarles originales acompañado de una foto, para que en la
editorial vieran que era joven. ¿Es la juventud un valor a la hora de
publicar?
Lo es. Como también lo es, sí, la apariencia. Hasta tiene un adjetivo: promotable. Los agentes te mandan autores y te dicen que se trata de escritores promotables, promocionables. Quiere decir que tienen un look
vendible. Chicos jóvenes, gente guapa, todo eso. Da un poco de
vergüenza, lo sé, pero es un reclamo al que se sigue recurriendo para
vender a un autor.
Me acuerdo del boom de La soledad de los número primos,
de Paolo Giordano. Había artículos en los que solo se hablaba de que el
autor era un físico laureado, muy joven y además guapísimo.
Claro.
Es que un autor con empatía ayuda mucho. La promoción es algo
importantísimo, y si tienes un autor carismático, has recorrido una
parte importante del camino. Del mismo modo te encuentras con autores
muy antipáticos, lo que no ayuda para nada. Los hay de todo tipo, divos,
fóbicos y otros directamente insoportables. Y lo peor de todo es que
tienes que aceptarlos tal como son, y regañarlos si viene al caso, sí,
porque esto de la edición también tiene un componente de baby sitting.
Yo he viajado por todo el mundo con muchos autores, los he acompañado
en sus giras de promoción, y me considero afortunado de haber podido
compartir mi tiempo con António Lobo Antunes, Orhan Pamuk, Javier Cercas o Alejandro Jodorovsky,
pero te puedo asegurar que más de una vez me han entrado ganas de
levantarme de una mesa y dirigirme al aeropuerto para no tener que
seguir aguantando las excentricidades de un autor. Y si no que le
pregunten a las encargadas de la prensa. Ellas sí que tienen que
aguantar situaciones inauditas.
Tuve
un profesor que decía que para que una película funcione en taquilla la
productora debe invertir la mitad del presupuesto en producción y la
otra mitad en la promoción. ¿Funcionan estos porcentajes también para un
libro?
Lamentablemente no sucede lo mismo. No disponemos de tanto dinero para gastar en promoción (ríe). Y
es un problema, porque con el tsunami de oferta que sacan las
editoriales, la mayoría de los libros pasan desapercibidos. Si no haces
nada para distinguirlos, no es que estén muertos, pero casi. Por
desgracia, el negocio editorial es demasiado pequeño como para apoyar
todos los libros con los mismos recursos. Ni siquiera las grandes. Por
eso en el sector hablamos de libros A y de libros B. Libros A son los
que tienen destinado un presupuesto para una campaña en prensa, de
márketing, etcétera. Los Libros B son los que se van a trabajar solo en
prensa. La clasificación, claro está, depende de las expectativas de
venta, de la tirada prevista, vamos. La reducción del número de
novedades se hizo también pensando en esta escasez de recursos. La idea
es publicar menos libros para poder hacer más caso a todos y cada uno de
ellos.
Cambiando de tercio, Claudio. ¿Cuántas veces te han preguntado ya por el desafío del libro digital?
Muchas,
claro, pero a estas alturas el libro digital ya no es un desafío, es
una realidad. O bueno, sí, es verdad, sigue siendo un desafío, el gran
desafío que afronta el mundo de la edición. Yo soy un defensor a
ultranza del libro digital. Defiendo la convivencia del físico con el
papel, claro, pero también creo que a pesar de todos sus riesgos, de las
cosas que estamos haciendo mal, la conversión digital es un imperativo
en el futuro de la edición. Es más; creo que es la salvación de la
literatura.
¿Tanto?
Tanto.
Me explico: piensa en fondos como el de Lumen o Mondadori, por ejemplo,
con títulos de novedad de los que vendes, no sé, ochocientos o
novecientos ejemplares. ¿Qué perspectiva de futuro tienen? Ninguna. Y
eso no va a mejorar, porque los libros son carísimos y porque las ventas
están cada día más fragmentadas. Así que esos títulos dejan de salir al
mercado. Otro ejemplo: ¿cuántas veces has querido conseguir un libro,
pero no puedes porque ya no está en las librerías porque se ha
descatalogado? Pasa con muchos, con muchísimos libros, que se agotan y
no se reimprimen porque la perspectiva de venta de esas reimpresiones no
justifica en absoluto la inversión en papel.
¿Y con respecto a las novedades?
También.
La novedad debería seguir funcionando en papel, como es lógico, pero el
digital le dará un gran valor añadido porque con el tiempo los libros
podrán llegar al rincón más alejado del mundo. Piensa en Bolivia, por
poner un ejemplo. Es un país demasiado lejano y demasiado pequeño como
para enviar una remesa limitada de ejemplares de un determinado título,
incluso cuando se trata de un lanzamiento. Y no te quiero ni contar
sobre hacer una edición local allí. Así que no enviamos nada, o solo
enviamos lo que nos piden a través de un distribuidor, que tarda un mes
en llegar y además llega a un precio prohibitivo. Y es probable que haya
diez, o cincuenta o cien lectores para muchos de nuestros títulos a los
que hoy, sin embargo, no logramos abastecer convenientemente. Eso
cambiará con el libro digital. Yo imagino un futuro en el que se harán
tiradas muy ajustadas en papel y en paralelo la edición en formato
digital, bastante más barata y siempre accesible al público. Es en ese
sentido en el que creo que el libro digital será la salvación de los
fondos literarios.
Si
accedo con mi móvil a la tienda Android Market, ahora llamada Google
Play, lo primero que me encuentro es un catálogo de libros “a menos de
cinco euros”. Es justo decir que los que valen menos de cinco euros son
libros más bien antiguos, en plan Utopía de Tomás Moro y cosas así. ¿Qué porcentaje de esos cinco euros crees que recibe el autor?
De los que están libres de derechos, como Tomás Moro, ninguno (ríe).
El digital afronta hoy dos grandes retos, a su vez muy relacionadas
entre sí. El primero es solucionar el problema de la piratería y el
segundo el pricing, dar con el precio al que hay que vender los
libros digitales. En muchas ocasiones no se sabe a qué precio debe
venderse un libro digital para que funcione, o ni siquiera cuál es su
precio real de mercado. Es la queja de muchos lectores, que los libros
son muy caros. Y es uno de los argumentos que se dan para justificar la
piratería, junto al de que muchos títulos no están legalmente en la red.
Las dos son buenas razones. Por eso, en mi opinión, las estrategias
para acabar con la piratería son dos: resultar accesibles, por una
parte, y tener precios “justos” por la otra.
Imagino
que el problema es que no se pueden bajar los precios todo lo que uno
quiera. Para empezar, hay que conseguir que una serie de personas
consigan vivir de la literatura, cosa que cada día es más complicada.
Exacto.
Creo que con el tiempo, y esto es una suposición personal, el precio de
la novedad digital se acabará fijando en torno a los nueve o diez
euros, más o menos. Como también creo que el reparto de royalties
variará, porque el actual habrá quedado desfasado. El reparto actual,
en torno al 25% sobre el precio neto, es un estándar internacional, y
todos los contratos llevan una cláusula de revisión a corto plazo. Pero
el precio, por cierto, no depende en muchos casos de las editoriales. El
del precio —para muchos, abusivo— del libro digital es uno de los
sambenitos que nos cuelgan a los editores, aunque ya que me das la
oportunidad, lo aclaro. Son los agentes literarios los que en muchos
casos nos obligan a nosotros, y no al revés, a elevar el precio del
digital y firmar esos precios. La mayoría de esos contratos de agencia
exigen que el precio digital no pueda ser inferior al treinta o cuarenta
por ciento del precio de tapa. Hay quienes creen que es la forma de
preservar la industria tradicional en papel, sin caer en la cuenta de
que esta práctica a todas luces abusiva es la que muchas veces lleva a
descargar ilegalmente esos contenidos de la red.
A
ti que conoces a muchos autores, te pregunto. ¿Quién crees que
sobrevivirá en el recuerdo? ¿Quién de nuestros coetáneos seguirá
vendiendo libros dentro de tres, cuatro o cinco siglos? ¿O quién, al
menos, merecería hacerlo?
Mis escritores favoritos, cada uno en su estilo, son Juan Marsé y Rafael Sánchez Ferlosio. Y Javier Marías,
sin duda, pervivirá también. A lo mejor son apuestas muy personales,
¿eh? Hace tiempo, cada vez que Marsé sacaba un libro nuevo sentía la
necesidad de conseguirlo, en muchas ocasiones el mismo día en que se
ponía a la venta. Ahora no, claro, porque los edito yo (ríe). Es algo que también me pasó durante una temporada con Eduardo Mendoza.
Por eso siempre digo que tengo el mejor trabajo del mundo. Llegar una
mañana a tu despacho y encontrarte con un manuscrito de Marsé es algo
impagable.
Imagino
que en tu mente también ha cambiado un poco el concepto de la
literatura. Para ti el libro no es un algo absoluto y acabado, sino un
producto maleable.
Exacto.
Algo que puedes tocar, cambiar y transformar, o intentarlo, en algo
mejor. Por eso insisto en lo que te decía al principio: tengo el mejor
trabajo del mundo.
Estupenda entrevista, siempre se aprende algo del mundo editorial. Un saludo.
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