Michael Krüger (alemán de 1943, poeta, novelista, editor) es el director de Hanser, una de las grandes editoriales literarias de Europa. Su despacho está en Múnich, y está rodeado de originales en papel.
Delante, ante sus ventanales airosos que nosotros visitamos en enero, hay unos árboles suntuosos que él, poeta de la ironía y de la memoria, identifica con los que nos estarán mirando en el futuro. ¿Y el presente? Ese es el meollo de la cuestión ahora: ¿qué será del libro tal como lo conocemos, tal como lo piensa él, como autor y como editor? ¿Qué será? Tiene en uno de sus libros de poemas unos versos hermosísimos sobre la memoria: "A veces la infancia / me envía una tarjeta postal". ¿Qué le dice la memoria al editor, qué postales le envía? Es de la estirpe de los editores literarios que ha tenido Europa: Carlos Barral, Roberto Calasso... De modo que siente por el texto como siempre lo hemos tocado un respeto enorme, que es el mismo respeto que siente sobre el paso del tiempo. De eso, del tiempo que viene, queríamos hablar con él en esta serie acerca de los desafíos a los que se enfrenta el mundo creado por su paisano Gütenberg.
Dice usted en uno de sus libros traducidos al español: "Ir así como si la muerte no estuviera en los zapatos". A veces vivimos como si la muerte no tuviera nada que ver con nosotros. Y ahí están los libros tal como los hemos conocido. ¿Morirán estos libros?
Respuesta. Los libros realmente buenos tienen una vida más larga que la de un hombre. Y esa es una situación extraña. Como la de sentarse por la mañana delante de un papel en blanco. Pero el autor un buen día se muere y el libro sigue ahí. Eso es lo fascinante de un libro: que tiene su propia vida. Y se relaciona con el autor solo porque su nombre figura en el libro. Lo extraño es que todos -los estúpidos, los inteligentes, los cultos y los ignorantes- pueden leer un libro de distintas maneras. El texto tiene vida propia. En el momento en que publicas un libro debes saber que el libro va a vivir, probablemente, mucho más que tú como autor. Y la única persona que va a velar por él es el editor. El editor tiene el deber de mantener el libro vivo aun cuando el autor esté muerto. Los únicos que siguen ahí tras la muerte del autor son el editor y el texto. El libro es un organismo vivo.
Y está el lector.
El libro siempre está a la espera de un lector. Si no llega un lector, el libro se muere. Por eso los editores tienen el deber de mantenerlo vivo. ¿Qué significa esto? Todos sabemos que el 90% de los libros que se han publicado en 2011 no sobrevivirán de aquí a un año. La mayoría de los libros que se ven en las tiendas tienen una vida de seis meses. El 10% restante podría tener una vida más larga. Algunos libros, aun cuando son importantes, se olvidan. Pero, de pronto, alguien viene, lo coge y dice: "Esto es una obra de arte, hemos de releerlo". Y muchas veces los lectores siguen este consejo. Kafka es un buen ejemplo. Mientras vivió publicó unas 200 páginas. Cuando se publicaron estas 200 páginas lo leyeron mil personas. Mil personas. Nadie más. Sin embargo, después de la guerra alguien cogió el libro y dijo: "Este libro describe perfectamente el estado de la condición humana en los tiempos de la Primera Guerra Mundial y hay que releerlo". Actualmente lo leen personas en todo el mundo.
Y, en su tiempo, era casi inédito...
Mientras vivió, a nadie le importaba lo que escribía Kafka. Y el deber de un editor es escuchar la música del tiempo... Esa música siempre está buscando a alguien y el texto puede ser revitalizado. Por ejemplo, hace dos años publicamos lo que yo llamaría la traducción más apropiada del Quijote. Por supuesto, existían muchas traducciones al alemán, unas 10 o 15. Sin embargo, aquí pensamos que hoy en día sus alegorías podrían suscitar interés, podrían tener una nueva lectura. Pensamos que sería interesante leerlo en la actualidad, en este momento histórico, capitalista, europeísta, en el que hay tantas nuevas luchas contra los molinos de viento. Lo interesante es que la nueva traducción tuvo muchísimo éxito. Pero lo que no esperábamos era que esa situación metafórica y alegórica, la de don Quijote y Sancho Panza, encajase tan perfectamente con la situación presente. El editor tiene que saber que un libro, aunque tenga 500 años, puede tener una nueva vida. Imagínate Hamlet ahora...
Es que la condición humana es siempre la misma...
Correcto. Y no cambia de manera acelerada. El periodo de vida de un ser humano es muy corto. Al ser tan corto uno debería leer los buenos libros que existen. Y el editor tiene que saber qué libros -del pasado y del presente- realmente pueden interesarle al lector desorientado. En los últimos años hemos sufrido tantos cambios, en nuestras nociones sobre el mundo, sobre nuestra existencia, sobre la política, sobre la Unión Europea. La gente ha cambiado tanto, se ha variado tanto el pensamiento. Eso es lo que tienen que tener en cuenta los políticos: que ya todo es distinto, y que acaso los autores lo están percibiendo mejor que ellos. Cada país tiene sus autores, nosotros debemos estar atentos a lo que escriben, pero los políticos también. Creo que la mentalidad es descrita correctamente solo en la literatura. Hasta los años cincuenta del pasado siglo las personas solo tenían la literatura para entender otros mundos. Ahora tenemos otros mecanismos. Para saber cómo somos. Pero hemos de leer la literatura si queremos realmente saber cómo es la mentalidad de las personas.
Decía usted que su trabajo consiste en revivir libros muertos. En el caso de los libros actuales, ¿cómo es el proceso de selección? ¿Cuándo sabe usted que un escritor, como hubiera dicho Gertrude Stein, es un escritor-es-un-escritor?
Esto te lo da la experiencia. Creo que muchos de los editores hoy en día no leen. Están tan inmersos en leer a los contemporáneos y leer informes sobre libros que ellos ya no leen por placer. Ya no son lectores apasionados. Y el 80% o el 90% de los libros que publican desaparecerán el año que viene. Claro que tenemos que alimentarnos y alimentar al escritor, así que la máquina tiene que funcionar. Pero la máquina no tiene nada que ver con la persona que está sentada sola escribiendo. El trabajo de escribir: eso es lo que me fascina. Y eso no ha cambiado nunca. Sigue habiendo un escritor sentado a la mesa delante de un papel en blanco. El proceso de escritura no tiene nada que ver con la máquina. Solo que la infraestructura ha mejorado para el escritor, pero nada más.
En uno de sus libros usted dice que el futuro es una broma. ¿Podríamos hablar del futuro como si fuera una broma?
Si tienes mi edad, 67 años, por supuesto que puedes hablar del futuro con sentido del humor. Nadie supo pronosticar la crisis global que estamos sufriendo. Ni siquiera las personas con un alto nivel educativo, con dinero, con cultura. Nadie. Nadie pensó que iba a haber una reunificación en Alemania. Nadie pensó que en África iban a sublevarse. Nadie pensó que Facebook iba a cambiar la sociedad. Hace 20 años nadie pensó que las personas iban a caminar por la calle con un teléfono móvil. Antes solía contentarme con poder leer un periódico por las mañanas. Hoy hay gente que no está satisfecha si no recibe 15 periódicos al día en su ordenador. Al final me sentaré y miraré el árbol y la casa que tengo delante. Y me moriré con ese árbol delante de mis ojos.
Muchos cambios. ¿Y cómo afectarán a la lectura?
Afectan a nuestra propia existencia. Esto significa que en estos momentos en que vivimos nadie tiene tiempo. Es muy habitual escucharlo. ¡No tengo tiempo! Si empleas aunque sea un periodo muy breve de tiempo en leer basura se lo estás quitando a una lectura de un poema de Góngora. Cuanta más basura haya menos tiempo tendrás para ti. Y es una situación paradójica: escuchar a gente decir que no tienen tiempo. ¡Porque sí lo tienen! Y, claro, en ese vaivén la lectura se ve perjudicada. Porque no se puede leer más rápido. A Proust no se le puede leer en menos de tres meses. Y eso hace que la máquina se enfade. La máquina lo que quiere es que una persona pueda leer a Proust en dos días. La máquina pensará en crear formatos más cortos, en resúmenes, en tiras de cómic... Lo que ocurre me recuerda una cita de Woody Allen; después de leer a Dostoievski le preguntaron sobre el libro y dijo: "Lo único que puedo decir es que es ruso". La lectura es totalmente contraria a esta aceleración. A este ritmo. Cualquier cosa sí se puede adaptar a este ritmo, pero la lectura no.
¿Afectarán estos cambios también a la escritura? ¿Y a las editoriales?
Acabo de volver de Nueva York, donde me dijeron que ahora el 35% de los libros va a estar disponible en formato e-book. Puede que ese porcentaje suba. El e-book es más barato, no precisa papel, los bosques están felices. Esto también significa que se pueden almacenar cientos de libros en tu ordenador, no necesitas espacio físico para guardarlos. Creo que todo eso está afectando enormemente al mundo editorial. Las librerías pequeñas están cerrando. De aquí a cinco años tendré que reorganizar nuestro modo de funcionar. Necesitaré a más personas que supervisen la venta electrónica, que promocionen los libros a través de las redes sociales. Y tendrán que meterse en blogs. La escritura tiene ahora que ver con meter una idea en un universo electrónico. La idea es más rápida que el libro. Cuando en 1858 alguien lograba una solución matemática para un problema, esa noticia viajaba lentamente hasta ser aprobada y adoptada. Ahora en ocho minutos puedes compartir una solución matemática con todo el mundo.
¿Y los editores seguirán siendo los guardianes de los libros?
De aquí a 20 años seguirá habiendo editores. Tal vez no tantos como hoy, pero muchos sobrevivirán. El mercado en sí se está reduciendo. La tirada de libros se está reduciendo y el coste está aumentando. Dentro de 10 o 20 años un libro valdrá demasiado para un joven lector. En lugar de comprarse un libro se imprimirá los sonetos de Shakespeare de manera directa. Y esto nos lleva al asunto del copyright. Este es el gran problema. La mayoría de los libros y la información disponible en una librería se puede conseguir por Internet. Uno lo paga o lo piratea. Si la voluntad de comprarse un libro desaparece el libro desaparecerá. Y eso mismo ha pasado con la industria editorial. No sé cómo será en España, pero aquí los autores hacen giras con sus libros y dan charlas. Si pueden dar 14 charlas al año llegan al público y obtienen lo suficiente como para vivir de eso, aparte de lo que obtengan por las ventas.
Son trovadores.
Y en ese rol de trovador el autor puede vender sus libros de manera personal e íntima. Y este es un mercado al alza aquí. Es un acontecimiento, y si el autor consigue transmitir y ser un buen orador, puede tener éxito.
¿Todo esto cambiará la relación entre el autor y el editor?
Yo me paso mucho tiempo con los autores porque eso me encanta. Me interesa estar cerca de ellos. El proceso de escribir sigue siendo para mí lo más fascinante de mi trabajo. Lo que viene después, vender el libro, se hace de la manera más transparente posible e intentamos que el escritor entienda qué es lo que hacemos. Recuerdo que Günter Grass me dijo que lo único que necesitaba era una mesa y papel. Y le pregunté: ¿sabes cuánto vale el papel? ¿Sabes cuánto vale un anuncio en EL PAÍS? Y no lo sabía. La mayoría de los escritores no sabe cómo funciona el mercado y es nuestro deber hacérselo saber. Creo que la solución es estrechar los lazos con el autor. No existiríamos sin el autor.
Cuando lee un manuscrito, ¿qué es lo que le convence para publicar?
Busco aprender. Si leo una novela, por ejemplo, quiero aprender algo sobre la forma de escribir, algo sobre el tema que trata, o quiero que alimente lo que yo llamo "mis pilas de placer". Si no aprendo nada, no la publico. Esa es mi prioridad: aprender, tener placer. Anoche estuve leyendo hasta las dos de la madrugada porque hoy tenía que tomar una decisión. Si no aprendo nada, no publico lo que he leído. Claro que hay editores a los que solo les interesa publicar teniendo en cuenta el aspecto comercial. Al leer no leen por leer sino que leen para ver si eso reúne los ingredientes comerciales adecuados... Samuel Pepys dijo: "No quiero morir porque tengo que leer 400 libros. Quiero morir cuando los haya leído todos". Es algo heroico lo que dice Pepys. Pero yo me contento pensando que hasta el último momento de mi vida tendré libros para leer.
Tiene usted unos versos muy bellos sobre la niñez, que "a veces me manda una tarjeta postal". Si usted pudiese escribirle al niño que fue una tarjeta postal sobre lo que se va a encontrar, ¿qué le pondría?
Diría que si tiene que elegir entre el mundo de los libros y el mundo del campo que escoja el mundo del campo, del bosque, que huya de la ciudad. O vas a Atenas o te quedas en el campo.
* Artículo publicado en El País
No hay comentarios:
Publicar un comentario