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lunes, 21 de marzo de 2011

Sigrid Kraus y la editorial Salamandra*

En la atmósfera que rodea a Sigrid Kraus en Salamandra, la editorial española de Harry Potter que ella dirige, se podría grabar un concierto de música clásica de alta fidelidad. En el cuarto de al lado trabaja con números, y en silencio, Pedro del Carril, su marido, que lleva el aspecto material del negocio; Pedro viene de una larga tradición editorial, y ella se hizo editora desde su pasión por la lectura. Esa es la sustancia de su trabajo. Y como todo lugar en el que se lee, aquí el silencio parece una máxima llevada a rajatabla. Acaban de cumplir 10 años, en cuyo curso aquella serie de J. K. Rowling les dio un éxito (y un sustento) ahora legendario, pues en gran parte gracias a esos libros pensados y escritos para el mundo de los niños o de los adolescentes han construido una editorial verdaderamente adulta, arriesgada, con sus ojos abiertos a lo que se escribe fuera de las fronteras del español. Pues hasta ahora no han publicado ninguna obra escrita originariamente en este idioma.
"Lo que debe preocuparnos es la creación. Que un autor se siente y escriba lo que tiene que escribir. Lo que le sale de dentro"
Nosotros irrumpimos en ese silencio en el que trabajan para que Sigrid, alemana de 47 años que ahora es también europea de España, nos cuente qué hay detrás de esta historia y qué vislumbra a partir de las actuales incertidumbres. En un momento determinado da un toque de atención: "En España, los libreros padecen una gran soledad". Para llegar ahí hablamos de cómo se monta una editorial que al final rompe incluso las utopías que se habían marcado sus ilusos fundadores. 

¿Cómo lo hicieron?
Empezamos como Emecé, donde estaba Pedro. Detrás de Emecé había una larguísima tradición en Argentina, y Pedro la representaba en España. Entonces esta editorial era la Gallimard de América Latina. Desde pequeña, por otra parte, respiré libros, porque mi abuelo publicaba, y esas cosas cuentan.
¿Qué es eso de respirar libros?
Todo lo que te rodea. Pedro tenía que ir a contar libros en vacaciones desde los 15 años, veranear con Bioy Casares, estar con Borges en su casa tomando el té; y en mi casa mi abuelo escribía libros de no ficción y hablaba, comía y discutía y se peleaba con su editor. Esto es respirar libros. Los dos crecimos en ambientes así.
De Emecé se llevaron el olor de los libros. Y la experiencia de editar.
Yo me había formado en Alemania, como editora, como librera... Allí es fantástico: trabajas tres meses en una editorial, te pagan un sueldo, estás tres meses en cada departamento durante dos años y medio y a la vez vas a una especie de universidad especializada solo en el mundo editorial... Luego te envían a trabajar en imprentas, en librerías... Mejor imposible. Había hecho prácticas largas en editoriales del grupo Bertelsmann, en Londres, para conocer un grupo desde dentro. Trabajé con una agente literaria y luego fui a Círculo de Lectores, pero duré poco... Entonces ya estaba Pedro montando aquí Emecé con muy pocos recursos, él solito, prácticamente, en un cuarto oscuro... Todos los días le contaba los problemas que surgían con este o con aquel libro de Círculo, hasta que al final me dijo: "Para hablar de eso, casi prefiero que me hables de nuestros libros. Vente conmigo". Luego vino Salamandra, hace 10 años.
Una pareja se junta en un cuarto oscuro y decide montar una editorial... ¿Qué tienen que hacer para romper el silencio que hay cuando nace algo?
El desinterés absoluto y total por tus libros. Recuerdo que en nuestra primera comida con el distribuidor él miraba para otro lado mientras comía. Le explicábamos el libro y miraba por la ventana, saboreaba la comida, bebía el vino. Yo me decía: "¡Este hombre ni me está escuchando! ¿Cómo lo vamos a hacer?". Creo que ahí está la ventaja de ser joven e ignorante a la vez, porque crees que puedes con todo, que todo se puede lograr. Esto ahora me parecería imposible. Era un momento durísimo en España, el del gran colapso... Pero había algo bueno: nacíamos en contra de algo, como el hijo que se enfrenta al padre. Queríamos hacerlo distinto, demostrar que funcionaría el resultado de nuestra energía. Es un privilegio intentarlo. 

Pedro rompía una tradición. ¿Eso no produce, en tiempos de catástrofe, una enorme sensación de abismo? Cuando uno rompe con el padre, ¿qué rompe?
Creo que Pedro buscaba ese vacío. Cuando has crecido en un entramado familiar, con un apellido, lo que quieres es llamarte simplemente Pedro. A mí me ocurrió lo mismo: me encantaban los libros, quería trabajar con libros y me daba todo igual. Desde que tenía 15 años, lo que quería era hacer libros. Donde fuera.
¿En qué creía tan firmemente?
Yo creía que si tú hacías un buen libro, un libro bien escrito, que es bonito, que está bien escrito, que tiene buena portada, ese libro tenía que funcionar.
Y se daría cuenta de que no es tan fácil. ¿Cómo era?
Hay una larga cadena de gente entre tú y el lector; a esa gente la tienes que convencer de que ese libro vale la pena mucho más que otros miles de libros igual de buenos, igual de bonitos e igual de bien editados que salen a la vez que el tuyo. Convencer a esa cadena ha sido nuestro trabajo durante años y años. Un trabajo lento, en el que tienes que ganarte a uno y a otro, convencer al librero, hacerte amigo de distribuidores, pedirles una oportunidad... Hicimos algo raro muy pronto: cogimos una vendedora propia, que iba solo con nuestros libros de librería en librería. No lo hacía nadie.
¿Qué propósito tenían?
La gente nos dijo: "¡Tenéis que crear un nicho, porque el nicho es lo que va a sobrevivir!".
Nicho. Qué horror de palabra.
Les decíamos: "¡Qué va! Vamos a ser fieles a nuestra intuición". Siempre habíamos creído que la honestidad nos iba a llevar lejos: la honestidad con el librero, con el lector, con el periodista, con el distribuidor y con el autor. Eso es fundamental en nuestro negocio. Es algo que se respira poco, y muchos fallos parten de ahí. Tienes que estar convencido de lo que haces, y no has de mentir, no dar gato por liebre... Ese era un propósito. El otro, seguir la intuición, nuestra intuición. Si aparece un libro juvenil que me gusta, pues lo editamos. Si me gusta una novela de un señor húngaro muerto, la editamos también... La intuición, el olfato.
Ahora los libros parecen llevar una vitola previa. ¿Cómo era esa búsqueda?
Ahora lo que se hace es ir detrás. ¿Triunfa Stieg Larsson? Todos buscan otro Stieg Larsson. ¿Triunfa Harry Potter? Todos buscan otro Harry Potter. ¿Por qué? Porque muchos trabajan en grandes corporaciones, y un señor de una gran corporación no entiende que tú digas: "Mira, no, vamos a correr un riesgo y vamos a ir ciegamente por este libro o este autor aunque nadie sepa si va a funcionar o no". Mis colegas, que también son muy buenos editores, están obligados a convencer a sus superiores con argumentos como estos: "No, es que esto es como Stieg Larsson, o como Stephenie Meyer...". Necesitan argumentar así para imponer un libro. Yo no lo necesito. Ese es mi privilegio.
¿Esa necesidad de repetir las fórmulas no convierte las librerías en espectáculos planos, donde todo parece C, donde no hay ni A ni B?
Sí. Y lo peor es que lo que me llega de fuera también es así. Cada vez es todo más uniforme. Creo que incluso algunos escritores ya obedecen a esas presiones. Sus agentes deben decirles que intenten hacer algo tipo Stephenie Meyer o de otros porque es lo que la gente quiere. ¡Es un error!
¿Está ahí la verdadera crisis del libro?
Sí. Hace años que digo que la verdadera crisis del libro va a empezar en la creación, no en el producto final. Estamos tan obsesionados con el final del libro, cómo va a ser, si va a ser electrónico o no, cómo se va a distribuir... cuando lo que debe preocuparnos es la creación, que un autor se siente y escriba lo que tiene que escribir, lo que le sale de dentro... Y eso es cada vez más difícil.
Inge Feltrinelli, cuya editorial es también heredera de la intuición, nos decía que se está produciendo una equiparación que se ve tanto en las librerías como en las mentes, en la conversación. Todo tiene que ser como ya fue. ¿Qué sensación le produce todo esto?
Es uno de los peligros del mundo globalizado. Aunque el mundo globalizado suene tan bonito y tenga muchas ventajas, no deja de ser también una uniformación del mundo. El famoso Internet también hace que todos seamos cada vez más parecidos, más iguales... ¿Qué escritores interesantes surgen ahora?... El otro día leí la palabra nerd, que en los años ochenta era despectiva; ahora es el raro, el que discute, el que está loco, o es un creativo, un tío raro que de niño jugaba solo en el patio... Esos son los pocos que nos están ahora dando las ideas. Son los de Apple, Google... A estos, a los raros, nuestro sistema educativo los está aplastando. Y un escritor es un nerd también. Y también lo aplastan.
Se aprecia que los autores ahora se preocupan por seguir las tendencias, por los contratos, por su relación con los agentes... Se pierde el hábito poético, quizá...
También somos nosotros los culpables. Los hemos enredado y los hemos metido en esta red. Al autor que ha tenido éxito, la industria le ha presionado tanto para vender lo que aún no ha escrito... Por ejemplo, se hacen contratos por múltiples libros, y los autores se quedan ahí atrapados porque tienen que escribirlos...
¿Qué se puede hacer para que el libro recupere su sitio en la sociedad?
El tiempo que viene ahora, que va a ser duro porque dicen que va a vencer el libro electrónico, no creo para nada que vaya a ser uniforme, creo que van a coexistir unos libros con otros. Puede ser que arrinconen al libro de papel, que lo coloquen en sitios menos importantes, que pierda todo este glamour; pero puede ser que también se calmen las cosas y que el libro vuelva a estar en el sitio de antes.
¿Y que se publique menos?
También se tiene que publicar mucho menos. Quizá con toda esta revolución se empiece a publicar menos. Me encontré con un gran magnate editorial y me dijo: "Creo que las grandes editoriales como las nuestras no pueden existir en el futuro, se tienen que romper en pequeñas entidades de servicios, tendrán que trabajar para unos y para otros...". Quizá no esté mal y volvamos a un tamaño más humano, a una medida de lo que es el autor.
Con respecto a estas catástrofes que se auguran, ¿cuál es su intuición?
Creo que van a coexistir muchos años más los libros electrónicos y los de papel. Podemos seguir editando tranquilamente mucho tiempo. Siempre quedará alguien leyendo libros de papel. Yo misma leo libro electrónico desde hace unos tres años y debo decir que lo encuentro muy poco sexy, digamos. Y me preocupa el tema del copyright, eso no lo veo claro.
¿Qué problema ve?
Toda esta corriente que hay en la Red diciendo que el libro se puede bajar sin pagar. Hay gente con una idea muy bucólica del mundo en la que todos comparten todo con todos y no se paga por lo intangible. Si esto es así, tampoco debería pagarse por lo tangible. ¿Esto sirve para los libros pero no para los coches? ¿Cómo se articula eso? Son ideales respetables, no son unos monstruos, pobres chicos, pero ahí veo un peligro, y es que hemos fallado todos en la educación. Hemos educado generaciones que no han entendido el concepto y la maravilla del copyright; no han entendido que es un avance impresionante desde el Renacimiento, en el que el artista por fin se salvó del mecenas. Ahora, si esto es así, el artista tendrá que volver al mecenas.
¿Y cuál es la posición de Salamandra con respecto al e-book?
Lo estamos haciendo todo muy lento; el privilegio del independiente, pequeño o mediano, es poder observar cómo el grande va probando. Y a ver qué pasa.
¿Le inquieta?
No, no me inquieta. De verdad que de momento no me inquieta. Me parece curioso pensar que lo maravilloso de mi trabajo es que al final hay un objeto. Cuando leo un original, visualizo un libro en mi mente, y esa visión es la que trato de transmitir... Pensar que ese producto final es un texto en una pantalla hace que mi trabajo deje de existir. Ya no hay objeto, ya no soy una artesana. Yo me considero una artesana. Si no hubiera objeto, sería otra cosa...
¿Qué será ese editor sin objeto?
Vamos a ser publicistas y no artesanos. Lo que nos va a preocupar es cómo conseguir que el libro destaque en Internet o donde sea. Eso es publicidad, eso no es producir un objeto bonito que atraiga.
¿Hay problemas específicos en España con relación a la salud del libro?
La única crítica que le puedo hacer a España, un país que adoro, es la negligencia en la educación; en todas las épocas. Y eso es también un problema para la librería. Y el librero está en una enorme soledad. Se ha formado a sí mismo, aprendiendo. Tendría que tener más formación, más ayudas, jornadas a las que pueda ir a aprender, a formarse, a prepararse... Ahí, en la librería, es donde hay que fijarse.


* Artículo publicado en El País 

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